RELATOS
En alguna de mis otras vidas debo haber sido un inglés pulcro y culto.
Autor:Marcelo D. Ferrer - Buenos Aires(Argentina)
De tanto en tanto iba a visitar a su padre. Generalmente lo hallaba sentado en un sillón cerca de un ventanal enorme y abierto por completo... por donde la luz del sol entraba en plenitud. El viejo estaba casi siempre mirando por la ventana con la vista clavada en un punto lejano del horizonte. El hombre era sordo pero no por completo. Él, en lugar de saludarlo con un grito y desde la puerta, se acercaba y le tocaba apenas la pierna.
Si bien había sido su padre por más de treinta años, no siempre habían tenido el tipo de comunicación fluida que ahora experimentaban. En una de las charlas que solían tener, el viejo le había confiado que ahora se sentía mucho más cerca de Dios de lo que había estado nunca, y era cierto. Cuando tomó razón de lo que le había dicho su padre, comenzó a estar más atento a los movimientos que hacía. El anciano había tomado como hábito ir a la iglesia cada domingo, recorrer siente templos en un día especial de la cristiandad y tenía ahora un crucifijo colgando del cuello. Empezó a notar que cuando llegaba a visitarlo y lo encontraba sentado en su sillón mirando por el ventanal a lontananza, casi siempre en sus labios había un movimiento imperceptible... el hombre rezaba. Comenzó a verlo y a considerarlo de otro modo después de aquellas revelaciones. Frente a la impresión que tenía de su padre en cuanto a que era una persona de carácter firme y convicciones sólidas, ahora lo sentía reblandecido y hasta temeroso. La muerte -pensó-... la muerte que le anda rondando. Cuando se ha vivido intensamente y cuanto más prolíficos han sido los logros de la materialidad, menos nos hacemos a la idea de que nuestra vida tal y como la concebimos finalice un día. Necesitamos aferrarnos y creer que cuando no podamos resistir el cerrar los ojos para siempre, en algún sitio nuestra existencia perdurará. Un día el viejo le confió -con el convencimiento resignado de lo que no podemos dar por enteramente cierto- que tenía recuerdos de otras vidas. El hijo lo miró sin que en su rostro apareciera expresión de ninguna especie. El padre continuó diciendo: -- ¡En alguna de mis otras vidas debo haber sido un inglés, culto y pulcro! -Hizo un silencio y volvió a mirar para el lado de la ventana como esperando que tal revelación pudiera ser asimilada convenientemente-. El joven, que había establecido que su religiosidad estaba asociada al deseo de la prolongación de su existencia, no le dijo nada. Sin embargo, le dejó al anciano la sensación de que le creía poniendo una expresión de asombro en su cara. Esa noche, acostado en la cama que compartía con su esposa, estaba a medio sentar respaldado sobre dos almohadas, y pensaba en los sentimientos liminares de la muerte próxima de su padre y lo que se sentiría al estar en una situación parecida, ya sea uno viejo, o un joven desahuciado... No dudó que también él querría aferrarse a la idea de que la eternidad no debería ser un mérito de la religiosidad, sino más bien, un estado para todas las almas. Sacudió la cabeza y encauzó sus pensamientos en otras direcciones. Después de todo era tan feliz en esta vida, tan joven, vital y seguro de sí mismo, que ya habría tiempo para pensar en eso. Levantó la mano derecha, acarició el cabello de su también joven esposa y algo más tranquilo, al cabo de un rato, se había dormido.
Aquellas reflexiones habían sido un presagio de los que a veces deseamos no tener. En pocos días su padre estaba agonizante en un sanatorio y él, se encontraba a su lado. El anciano estaba ya inconsciente. Erradamente le habían suministrado un sedante que el mal funcionamiento sus riñones no podía eliminar y llevaba dormido demasiado tiempo. Según el último diagnóstico no estaba dormido, estaba en coma. El médico de cabecera había recomendado una diálisis. Esa noche se quedó con él acompañando su cuerpo y escuchándolo respirar con dificultad. Tenía la impresión que iba a resistir; como él mismo su padre amaba la vida y no se entregaría fácil. Viéndolo en el silencio del cuarto, a su mente voló la imagen de un padre joven que desbordaba energía y locuacidad; imposible que no volvieran también las sensaciones del niño que fue y aquel infantil temor reverencial que se había prolongado hasta bien entrada en su adultez; una sensación bien distinta a la unión amistosa que ahora compartían.
A la mañana siguiente el viejo no resistió la diálisis y murió sin despedirse. Finalmente lo llevaron a la cripta de la familia, un panteón enorme y exageradamente opulento, que siempre había observado con ironía... ahí lo dejaron en soledad.
Su hijo jamás volvió a ver el cajón que era la última morada del cuerpo de aquel hombre. Prefirió pensar, que quien le había dado la vida, de verdad había sido un inglés en alguna otra, y que en estos momentos se encontraría en cualquier sitio de este planeta, bajo el sol y las estrellas.
ENVIANOS TUS RELATOS, REFERIDOS A VIVENCIAS RELACIONADAS CON NUESTRA ENFERMEDAD A: llampua@ono.com . SERAN PUBLICADOS.
Autor:Marcelo D. Ferrer - Buenos Aires(Argentina)
De tanto en tanto iba a visitar a su padre. Generalmente lo hallaba sentado en un sillón cerca de un ventanal enorme y abierto por completo... por donde la luz del sol entraba en plenitud. El viejo estaba casi siempre mirando por la ventana con la vista clavada en un punto lejano del horizonte. El hombre era sordo pero no por completo. Él, en lugar de saludarlo con un grito y desde la puerta, se acercaba y le tocaba apenas la pierna.
Si bien había sido su padre por más de treinta años, no siempre habían tenido el tipo de comunicación fluida que ahora experimentaban. En una de las charlas que solían tener, el viejo le había confiado que ahora se sentía mucho más cerca de Dios de lo que había estado nunca, y era cierto. Cuando tomó razón de lo que le había dicho su padre, comenzó a estar más atento a los movimientos que hacía. El anciano había tomado como hábito ir a la iglesia cada domingo, recorrer siente templos en un día especial de la cristiandad y tenía ahora un crucifijo colgando del cuello. Empezó a notar que cuando llegaba a visitarlo y lo encontraba sentado en su sillón mirando por el ventanal a lontananza, casi siempre en sus labios había un movimiento imperceptible... el hombre rezaba. Comenzó a verlo y a considerarlo de otro modo después de aquellas revelaciones. Frente a la impresión que tenía de su padre en cuanto a que era una persona de carácter firme y convicciones sólidas, ahora lo sentía reblandecido y hasta temeroso. La muerte -pensó-... la muerte que le anda rondando. Cuando se ha vivido intensamente y cuanto más prolíficos han sido los logros de la materialidad, menos nos hacemos a la idea de que nuestra vida tal y como la concebimos finalice un día. Necesitamos aferrarnos y creer que cuando no podamos resistir el cerrar los ojos para siempre, en algún sitio nuestra existencia perdurará. Un día el viejo le confió -con el convencimiento resignado de lo que no podemos dar por enteramente cierto- que tenía recuerdos de otras vidas. El hijo lo miró sin que en su rostro apareciera expresión de ninguna especie. El padre continuó diciendo: -- ¡En alguna de mis otras vidas debo haber sido un inglés, culto y pulcro! -Hizo un silencio y volvió a mirar para el lado de la ventana como esperando que tal revelación pudiera ser asimilada convenientemente-. El joven, que había establecido que su religiosidad estaba asociada al deseo de la prolongación de su existencia, no le dijo nada. Sin embargo, le dejó al anciano la sensación de que le creía poniendo una expresión de asombro en su cara. Esa noche, acostado en la cama que compartía con su esposa, estaba a medio sentar respaldado sobre dos almohadas, y pensaba en los sentimientos liminares de la muerte próxima de su padre y lo que se sentiría al estar en una situación parecida, ya sea uno viejo, o un joven desahuciado... No dudó que también él querría aferrarse a la idea de que la eternidad no debería ser un mérito de la religiosidad, sino más bien, un estado para todas las almas. Sacudió la cabeza y encauzó sus pensamientos en otras direcciones. Después de todo era tan feliz en esta vida, tan joven, vital y seguro de sí mismo, que ya habría tiempo para pensar en eso. Levantó la mano derecha, acarició el cabello de su también joven esposa y algo más tranquilo, al cabo de un rato, se había dormido.
Aquellas reflexiones habían sido un presagio de los que a veces deseamos no tener. En pocos días su padre estaba agonizante en un sanatorio y él, se encontraba a su lado. El anciano estaba ya inconsciente. Erradamente le habían suministrado un sedante que el mal funcionamiento sus riñones no podía eliminar y llevaba dormido demasiado tiempo. Según el último diagnóstico no estaba dormido, estaba en coma. El médico de cabecera había recomendado una diálisis. Esa noche se quedó con él acompañando su cuerpo y escuchándolo respirar con dificultad. Tenía la impresión que iba a resistir; como él mismo su padre amaba la vida y no se entregaría fácil. Viéndolo en el silencio del cuarto, a su mente voló la imagen de un padre joven que desbordaba energía y locuacidad; imposible que no volvieran también las sensaciones del niño que fue y aquel infantil temor reverencial que se había prolongado hasta bien entrada en su adultez; una sensación bien distinta a la unión amistosa que ahora compartían.
A la mañana siguiente el viejo no resistió la diálisis y murió sin despedirse. Finalmente lo llevaron a la cripta de la familia, un panteón enorme y exageradamente opulento, que siempre había observado con ironía... ahí lo dejaron en soledad.
Su hijo jamás volvió a ver el cajón que era la última morada del cuerpo de aquel hombre. Prefirió pensar, que quien le había dado la vida, de verdad había sido un inglés en alguna otra, y que en estos momentos se encontraría en cualquier sitio de este planeta, bajo el sol y las estrellas.
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