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En estos dias se celebran cuarenta años del primer trasplante de riñón realizado con éxito en España

El 25 de abril de 1965 los Dres. Gil-Vernet y Carlaps, del Servivio de Urología del Hospital Clínic de Barcelona, lideraban el primer trasplante renal funcionante realizado en España. Pocos días más tarde en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid el Profesor Remigio Vela realizaba otro trasplante. Las primeras experiencias en trasplante renal se remontan a los urólogos responsables de aquellos primeros intentos: Martínez-Piñeiro en 1960 y Younger de la Peña en 1961.
La historia del trasplante renal en España no puede entenderse sin la anticipación de los urólogos de la época, muy atentos ante cualquier procedimiento quirúrgico para el tratamiento de la uremia, para la que no había alternativas, ya que los tratamientos substitutivos de la insuficiencia renal como la diálisis no habían aún llegado.



Sin embargo, no fue hasta los años 60 cuando el mundo del trasplante vivió su primera eclosión. Los programas fueron inicialmente liderados por la Fundación Jiménez Díaz, de Madrid (1964), y el Hospital Clínico de Barcelona (1965), centros en los que se formaron la amplia mayoría de los profesionales en trasplante renal.



En 1965 se realizó el primer trasplante español de órgano sólido, un riñón de cadáver, en el Hospital Clínico de Barcelona, en una intervención que dirigieron los doctores Josep Maria Gil-Vernet y Antoni Caralps, entre otros.

Una de las enfermeras de aquel equipo era Pilar Munarris, la única del grupo que aún trabaja en el Clínico. "Nos turnábamos para cuidar a los enfermos. Siempre que había posibilidad de donación nos poníamos en marcha", comenta.

José Sayago, un joven de 20 años con una insuficiencia renal, fue el candidato para el primer riñón. "Fue emocionante ver cómo el órgano empezaba a funcionar en quirófano", ha comentado Munarris. La escasa potencia de los fármacos antirrechazo y una compatibilidad donante-receptor determinada por el grupo sanguíneo propiciaron un rechazo irreversible.

La falta de regulación de la muerte cerebral, unida a los resultados desesperanzadores, hicieron que el tema se paralizara durante más de una década (el injerto renal se practicaba pero a un ritmo menor) para retomarse cuando surgió una inmunosupresión más potente.

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